1.4.07

Y, ¿ahora qué hago?

Hacía tres años que se había incorporado a su nuevo puesto de trabajo. Tres años agotadores, tres años prácticamente sin ninguna jornada de descanso. A sus cincuenta horas laborales desempeñadas en el despacho de su oficina, había que sumar las horas que, indefectiblemente, dedicaba en su casa los fines de semana.
Hasta ese momento, hasta su incorporación a la empresa Learning and Listening, él había sido el conductor de su vida laboral y quién había determinado cuál debía ser la velocidad máxima que podía alcanzar durante su recorrido. Sin embargo, paulatinamente empezó a notar cierto hastío en su transitar: necesitaba otros estímulos. Una vez alcanzada dicha velocidad e interiorizado un completo dominio de su vida laboral, se planteó nuevos retos que le hicieran sentirse vivo o, que por lo menos, catalizasen una vida anodina. Para ello decidió enviar un currículum a diversas empresas solicitantes de personal dinámico y emprendedor para incorporarse con la mayor rapidez posible en sus plantillas. Hasta que un día, cuando el aburrimiento iba minando sus esperanzas, al entrar al portal se dirigió mecánicamente al buzón y su cara se iluminó brevemente. Impacientemente fue mirando la correspondencia y sus dedos precipitadamente rasgaron un sobre con el membrete anhelado: no atendió al saludo habitual de una vecina gentil en sus constantes encuentros casuales. En efecto, mañana mismo se tenía que presentar a las ocho horas en la oficina del señor director.
Cuando repasa mentalmente el tiempo transcurrido, observa que el mismo, el tiempo, y él han estado dirigidos por fuerzas externas y cuya voluntad ha estado supeditada inexorablemente y completamente al trabajo. Y, ¿ahora qué hago?