No cabe ninguna duda de que cuando hablamos cometemos muchas imprecisiones. Pero en este caso no voy a escribir de las imprecisiones lingüísticas o sintácticas, sino de otras, las comunicativas. Realmente muchas veces no conseguimos encontrar las palabras adecuadas o precisas para manifestar lo deseado. Después de expresado un sentimiento, una idea o recordado verbalmente una vivencia, apreciamos que nos queda algún aspecto por reflejar en relación a lo deseado por hacer público. Siempre nos queda en nuestro interior esa duda: lo expresado ¿qué parte de realidad encierra respecto a lo deseado por mostrar a los demás?
Si los trabajadores/as del lenguaje, como son los escritores/as, entre otros, han expuesto más de una vez dicha cuestión, ¿qué decir de los demás? Por ejemplo, los políticos.
Quizás por exigencias del guión impuesto por los medios de comunicación, escritos y no escritos, o por un acuerdo tácito establecido entre ambos, no hay día donde aquéllos - los políticos- hagan conocernos sus opiniones respecto a temas o cuestiones que al resto de las personas, la mayoría de las veces, no nos interesan para nada. Son manifestaciones preocupantes por el significado que encierran; son manifestaciones expectantes al aplauso generalizado de sus seguidores; son manifestaciones desencadenantes de otro sinfín de declaraciones idénticas en cuanto a su trascendencia pública. Sin embargo, ellos, amparados en esa desidia generada por sus reiterativas manifestaciones en la ciudadanía, continúan expresándose alegremente y a requerimiento de los medios de comunicación.