Coincidiendo en el tiempo con la proyección en los cines de la última película de Claude Chabrol, Borrachera de poder, comenzó la campaña electoral para las elecciones municipales, autonómicas y forales de las distintas comunidades autónomas de España. Todavía no he visto la película, pero su título es demasiado sugerente y es evidente que el término poder y sus derivaciones son consustanciales al ser humano. Poder leer un libro. Poder levantarse de la cama. Poder hablar. Poder andar. Son breves muestras de las inagotables posibilidades del poder y de las satisfacciones circunscritas a nuestra persona. Ahora bien, si dicho poder se traslada a un entorno fuera de nuestro yo, la megalomanía alcanza sus mayores cotas.
¿Hay alguna persona que no haya sentido el deseo de poder, aunque dicho poder se haya limitado a un espacio tan reducido, como puede ser el familiar? El mando a distancia, televisivo, ¿no es poder y no genera "desavenencias" familiares, algo tan simple como decidir qué programa ver, por el poder?
Al igual que nos recuerdan en algunas campañas publicitarias para reducir los accidentes de tráfico- "si bebes, no conduzcas"- la peligrosidad que encierra la bebida alcohólica, no está de menos que tengamos presente las consecuencias que puede generar un uso excesivo e incontrolado del poder en nuestras vidas y en las ajenas.