4.2.06

El coleccionista

Esta mañana al entrar a la panadería y dirigir su vista hacia una pila de DVDs el panadero le informó:
- Mañana, si compras El Correo, te regalan el primer DVD. Es una colección de 11 DVD para aprender inglés.
Tras coger el pan y agradecerle la información, salió de la panadería y enfiló hacia casa.
Había dejado de hacer colecciones. No hace mucho, pero había tomado esa decisión porque si no, algún día tendría que tomar otra decisión más apremiante e inviable: comprarse otro piso para poder vivir ya que eran tantas las colecciones acumuladas en su piso que apenas tenía espacio para poder hacer la comida y dormir. De asearse, ni hablar. Entre la visión, la contemplación, la lectura, el recuento... de todas las colecciones acumuladas desde su infancia hasta el día de hoy, el tiempo de ocio era inexistente.
A partir de una fecha, no precisa, había decidido dejar de ir al trabajo, pero no porque no quisiera trabajar, sino porque había, también, cambiado de trabajo. El ocio era su trabajo.
Cuando, siendo niño, empezó a tener en sus manos los primeros cromos de los futbolistas de la Liga 65-66, todavía no pensaba en el futuro. No sabía qué iba a ser el día de mañana. Su única preocupación era completar todos los equipos de primera y segunda división que conformaban el álbum. Gracias a la paga que recibía de sus padres y los cromos ganados, sudorosamente, en juegos infantiles, iba completando la colección. Una vez pegados, los que había podido conseguir, en el álbum, los contemplaban anhelando acabar cuanto antes dicha colección para poder comenzar otra colección que ya estaba esperándole al acecho. El motivo, el tema de la próxima colección le era indiferente: había entrado a perfilar su futuro.
A medida que fue creciendo y la sociedad le fue posibilitando nuevas colecciones, el coleccionista fue diversificando sus colecciones: cromos, chapas, envases, sellos, monedas, tickets de entradas de cine y de teatro, discos-vinilos y CD-, aeromodelismo, camiones, tractores, coches clásicos y modernos, jabonetas-algunas recogidas de los servicios de los hoteles frecuentados-, tarjetas postales, botellas de vino, coleccionables de la Historia de España, coleccionables de la Historia del Arte, coleccionables de escritores vascos del sigo XX, fotografías de las grandes musas del cine, ... vamos, inacabable.
Fue tal la cantidad de colecciones realizadas y la cantidad de productos singulares que formaban cada colección, que empezó a recibir llamadas de congresos y exposiciones requiriéndole su presencia para que expusiese sus colecciones y disertase sobre las características del motivo de la misma. Se había convertido en un referente del mundo del coleccionismo.
También, lógicamente, con el paso del tiempo, después de haber coleccionado relaciones fracasadas, se había casado con una mujer encantadora y paciente. Ésta, antes de darle el sí formal o matrimonial, ya conocía ese interés de Jacinto por el mundo del coleccionismo, pero... lo que no haga el amor, no lo hace nada ni nadie. Incluso, mujer complaciente, empezó a compartir y ayudarle en las tareas emprendidas por su marido: cuando tenía conocimiento de la existencia de un objeto digno de la colección de Jacinto en un punto determinado de la península, allí que se dirigía a satisfacer los deseos y caprichos de su marido.
Sin embargo, un día, sin que hubiese mediado ninguna discusión matrimonial ni ninguna amonestación u observación por parte de Carlota, así se llamaba su mujer, él al despertarse y observar que ella estaba despierta le dijo:
- Sabes, Carlota, a partir de hoy voy a dejar de hacer colecciones.
Su mujer, oyó muy bien lo que le había dicho:
-¿Por qué has tomado esa decisión sin consultármela?
- No te has dado cuenta que llevo un par de semanas que no voy a trabajar